La puerta del Loco
Mi vida es una conversación. Con otros. Conmigo. Con nadie.
—Los sueños esperan al otro lado del don.
—¿Eh?
—¿No lloras por eso? ¿No es ese tu dolor? No vivir tu sueño. O vivir el sueño de otros.
Suspiro. Abatimiento.
—No sé por dónde empezar. Además ¿Y las responsabilidades? ¿Quién va a pagar las cuentas?
—Una cuestión está contenida en la otra.
—No sé cómo hacerlo. Ni por dónde empezar
—¡Ser! —Sonrió, estridente —. Raciocinios. Artificioso. Ahí no hay nada —sentenció.
La vida de afuera, a veces
El malestar tiene buenas intenciones. Puede ser cuestionador. Hay días en los que todo el tiempo me pregunta si eso que hago es lo que quiero hacer. Si es algo que me gusta mucho o incluso, me fascina. Hay días en los que me pregunta —con insistencia — si eso que hago tiene sentido para mí.
Si la respuesta es no, busco cambiar el rumbo. Algunas versiones de mí insisten —a ciegas, diría—. Porfiadas. No sé si existe tal cosa como “todos traemos un tema central por resolver en la vida”. “Todos tenemos un saturno en nuestra carta; una Torre en nuestro camino”.
Pero pienso que hay asuntos que duelen más que otros. Una cita (quizás parafraseada) atribuida a un médico y chamán africano, un profesor que tuve la expresó así: “Donde está la herida, también está el don”. Y a mi me fascinó. La idea de “No hay solo herida; también hay un don” es esperanzadora.
Me pienso a mí mismo, reflexiono y también me transformo entre mis palabras. Y a partir de ellas. Gracias a ellas. ¿Sobre lo que escribo? Lo que me habla y, me llama. Aquello que me hace sentir tanto que solo quiere ir hacia afuera.
A veces mis pensamientos van en ello. También alguna reflexión perdida e incluso, conclusiones (Si fuese posible algo semejante). Puedo acercarme a un lugar aparente. Intimo. Confesional. Lo sé. Aunque no siempre o, casi nunca sea cierto, pero se le parece. Las palabras arropan.
“¿Y todo eso te pasó a vos? O sea, ¿Eso que escribís es de verdad?” Pregunta de paso y, a menudo, inevitable en algunos que me conocen. ¿Qué importa? Si así fuese, ¿Quién sabe lo que media entre el hecho y el relato? Una vivencia. Una videncia. Imaginaciones. Intuiciones. Todo es inaprensible. Preguntas imposibles de responder.
Donde habla el maestro
Frente a mí, en forma de viñetas y, distinguidos por colores, están todos mis proyectos (trabajos) actuales. Demasiado cerca de mí. Mis hombros adoquinados, cargados, me empujan contra el suelo. Estoy sentado. No pienso preocuparme por ello (Aunque lo sienta). Guío mi atención más allá y ahora sí. De entre medio surge un pasadizo, un acceso hacia un interior oscuro. Incierto. Desconocido. Un susurro mántrico, una brisa melódica lo envuelve de misterio. Siento mi fuerza otra vez. Mis manos, calientes, magnéticas, me avisan. Eso allí ahora me llama.
Estoy acostumbrado a que acá los límites se vuelven brumosos. Lo desconocido la regla y, lo sorprendente su expresión. Me maravilla. Ahora también. ¿Quién iba a decirlo? La primera historia con la que te emocionaste tanto. Con la que te fascinaste. Un puente para traer aquél niño hacia al adulto de hoy. O al revés, yo que sé. Ambos andando el camino.
Adentrado, avanzo. La oscuridad neblinosa, pesada y húmeda, va esclareciendo. La música apenas era un susurro. Suficiente para guiarme. Un coro élfico. Cantos de pájaros. El correr del agua. Me siento contenido. Inesperada por su forma o su imperio, la puerta se posa frente a mí. Varios metros de altura. Inmensa.
Me acerque. Majestuosa. Maciza. Amarronada. El olor era ¿Rancio? Algo rancio y dulce. Húmedo. No como los jazmines. Una mezcla extraña. La bruma burlesca se quiere ir. Una familiaridad me mira sonriente. Tenía en sus extremos unos adornos de bronce, artesanales, simbólicos y preciosos. En el centro, inconfundible, como si fuese una medalla inserta, un sello del alma, reluciente, el símbolo compuesto con dos víboras entrelazadas mordiéndose la cola una a otra.
Mi nariz empezó a hormiguear. No era contento sino felicidad y esperanza. Las lágrimas, saladas (No toda felicidad es dulce). Abrí la puerta sin pestañear. Al otro lado me aguardaba mi maestro. Benévolo y comprensivo, una vez más, había tomado una apariencia similar a la mía. Se reía. Sus manos estaban calientes y algo húmedas. Enérgico. Nada de acomodarse ni preámbulos de ningún orden. Voz gruesa. Torácica. Vibrante. Volúmen alto. Fuerte.
Me dijo esto:
“Esta es la puerta que debés cruzar.
¿Al otro lado? Los dones.
Cruzar el umbral y vivir lo que te llama.
Buscar el saber, encontrar la palabra.”

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